Por: Verónica Durana
Octubre 19 de 2016
La corrupción, un monstruo que nace en nuestro interior
Imagine un funcionario público a quien le ofrecen una mordida. Él la acepta porque le sirve la plata y piensa que es poco probable que lo pesquen en el ilícito. Sin embargo, al final lo descubren y termina preso. Ahora imagine que usted ha tomado la decisión de hacer dieta y por lo tanto, de no comer dulces. Sin embargo, pronto se cruza en su camino una suculenta caja de chocolates y usted decide pegarle un mordisquito a uno de ellos. Al fin de cuentas un simple mordisco no lo va a engordar y en cambio sí le va a dar un gran placer. Usted continúa pensando de esta forma y cuando menos se da cuenta, de mordisco en mordisco se come toda la caja.
Obviamente entre estos dos escenarios hay una diferencia fundamental. Mientras que en el segundo las consecuencias negativas de las decisiones de la persona las afronta solamente ella, pues nadie más se engorda, en el primero las consecuencias negativas del manejo irresponsable de recursos públicos las enfrenta toda la sociedad. Precisamente por eso el cohecho es un delito, y una persona no debería permitirse ofrecer ni aceptar siquiera una “mordidita”.
Sin embargo, a pesar de esa radical diferencia, estos dos escenarios comparten también una paradójica similitud: ¿Por qué ninguno de los protagonistas suspende su actuar si ambos conocen perfectamente las graves consecuencias que los esperan al no detenerse? Puede ser porque ven poco probable que los atrapen, porque no le temen a las consecuencias o porque no creen que las cosas realmente se les vayan a salir de control.
En el caso de la corrupción indudablemente hay que fortalecer los mecanismos de denuncia e investigación, y endurecer las sanciones, tanto legales como sociales, para que la gente vea las consecuencias no sólo más severas sino más probables, les tema, y decida actuar correctamente para evitarlas ¿Pero será eso suficiente? ¿O deberemos también hacernos más conscientes de las vulnerabilidades de nuestra propia naturaleza?
Si usted es de los que cree que jamás aceptaría una simple mordida, reflexione ahora si nunca le ha pasado que debía despertarse temprano y decidió posponer la alarma y dormir “5 minuticos más”, pero de 5 en 5 lo cogió la noche. O si no tenía que ponerse a trabajar en algo urgente y decidió que sólo se vería un último video en YouTube, pero de video en video se le fueron las horas.
Ningún corrupto nació corrupto, ni empezó a aceptar mordidas con la firme intención de terminar preso, separado de su familia y con su dignidad por el piso. Nuestra tendencia a priorizar en ocasiones un placer inmediato frente a un bienestar futuro, nos hace propensos a caer en estos agujeros negros a pesar de ser conscientes de las severas consecuencias que nos esperan y de no querer llegar a ellas. Así que hay que estar muy alerta no sólo respecto a la conducta de los demás para denunciarla y sancionarla, sino a la nuestra para controlarla.