Opinión- 11 de julio de 2020
Por: Andrés Hernández
Resulta muy preocupante que moldear la ética según las circunstancias siga siendo una práctica presente en altos cargos del Estado. Al parecer, padecemos de una ética de plastilina que se amolda a cualquier situación. La adaptamos según las necesidades que vivimos. Resulta muy preocupante que moldear la ética, según las circunstancias, siga siendo una práctica presente en altos cargos del Estado.
La plastilina es un material fantástico para procesos pedagógicos y artísticos. Se adapta de manera ágil a cualquier necesidad. Socialmente es tan conocida que, incluso, hacemos alusión a ella para dar a entender situaciones complejas: “¿se lo explico con plastilina?”, decimos con frecuencia. Estas características ayudan a ilustrar lo que parece estar sucediendo con algunos comportamientos y decisiones que dignatarios del más alto nivel del Estado continúan adoptando y que no corresponden con la ética pública que los ciudadanos esperamos ver en ellos.
Las explicaciones que se han dado en casos de ministros, presidentes y ahora el Fiscal General frente al uso bienes y recursos públicos como helicópteros y aviones en los cuales se han involucrado terceros -curiosamente casi siempre amigos de sus hijos-, se parecen a un ágil y conveniente ejercicio de amoldamiento de sus cuestionadas decisiones, reforzadas con argumentos legalistas.
La maleabilidad ética también es muy conveniente para justificar la ausencia de conflictos de interés. Resulta casi imposible hacer alusión al ex fiscal Martínez y del hoy fiscal Barbosa, en casos muy distintos -Odebrecht y Ñeñepolítica- pero que contienen un dilema similar: ¿debe la cabeza del ente investigador apartarse de su rol respecto a indagaciones que pueden afectar a sus amigos? Los argumentos legales para no hacerlo han sido similares en los dos casos, logrando estirar una vez más la ética pública y generando riesgos a la transparencia, independencia e imparcialidad de procesos muy delicados para el país.
No se trata de moralismos ni de campañas contra personas concretas. También como ciudadanos debemos cuestionarnos si amoldamos nuestro comportamiento ético, por ejemplo, para evitar el aislamiento obligatorio en medio de la pandemia. Pero sí se trata de ver por dónde puede empezar el cambio y por lo tanto el ejemplo de líderes estatales con una ética pública rigurosa, sensata e inquebrantable, resulta fundamental.
Tal vez debemos esforzarnos más por explicarlo con plastilina.